ANÁLISIS DE JOB 24
Este capítulo 24 de Job es un
exquisito texto poético-literario que utiliza imágenes y retórica para hacernos
comprender las realidades sociales, esas crudas realidades de injusticia en las
que hemos incurrido, las que han estado ahí desde hace mucho tiempo y por las
cuales no hemos hecho nada para erradicarlas.
El texto muestra un poco de
ambivalencia, al tratar temas que contrastan; por ejemplo: vida y muerte, justicia
e injusticia, sabiduría y necedad. Sin embargo, el objetivo de su discurso
pareciera ser conseguir la justicia, la retribución de los buenos actos que ha
hecho y por lo cual, no merece ser castigado.
La crítica de Job describe una
realidad coyuntural que se estaba dando en su contexto desde hace mucho tiempo.
Él pretende abogar por justicia, tomando como referencia algunos grupos
sociales de la época; en este caso: niños (huérfanos), mujeres (viudas,
estériles y las madres) y los pobres (necesitados o indigentes, moribundos o
despreciados y los heridos u oprimidos).
Hay que tomar en cuenta que en
ese contexto de post-exilio el pensamiento teológico tradicional era retributivo,
lo cual es utilizado por Job como recurso de defensa para impugnar su condición
injusta y la de los que habían caído en desgracia igual que él.
Esto evidencia que además de
hacer una denuncia sobre la injusticia imperante en su entorno, también critica
la teología que se venía aplicando. Lo cual nos hace reflexionar en cuanto a si
estamos pasando por situaciones similares, donde la teología que aplicamos es
teórica y no estamos practicando el amor y la misericordia de la que Jesús
tanto predicó.
Personalmente, me gustaría
expresar que he leído Job y nunca me había percatado de su riqueza literaria. Indistintamente
si Job lo hizo para recuperar poder o no, su relato me lleva a cuestionar la
realidad social en que vivo, a cambiar mis prejuicios y paradigmas, a
considerar la Teología de la Liberación como un método para liberarnos de los
yugos de esclavitud que hemos venido arrastrando.
Es hora de actuar. No seamos egoístas.
No esperemos a estar en los zapatos de los demás para luchar por una sociedad
más justa. Es suficiente con lo que Jesucristo nos enseñó para comenzar esa
tarea. Si no amamos al prójimo, con qué cara vamos a decir que amamos a Dios.
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